Si invitáramos a cenar a algunas de las mentes más importantes de la antigua Grecia, como Herodoto, Hércules y Aristófanes, seguramente los sorprenderíamos con la riqueza y variedad de comida que les ofreceríamos. Esto se debe a que muchos de los alimentos de hoy en día eran completamente desconocidos en su época, mientras que nuestros hábitos alimenticios difieren significativamente.
Un buen desayuno y un buen almuerzo
En primer lugar, contrariamente a lo que afirman los nutricionistas modernos sobre los beneficios de un rico desayuno, los antiguos griegos comenzaban el día con una comida muy sencilla, que incluía un poco de pan de cebada, bañado en vino sin azúcar, junto con aceitunas y higos. Otro desayuno común eran las “kykeonas”, una bebida elaborada con cebada hervida, aromatizada con menta o tomillo, que se creía que tenía propiedades curativas.
Al mediodía solían comer pescados como besugo, salmonetes, sardinas y anguilas, legumbres y principalmente lentejas, frijoles, garbanzos, guisantes y habas, pan, queso, aceitunas, huevos, frutos secos y frutas. Otro contraste con la actualidad se observa en lo que respecta a la cena, ya que aunque hoy los médicos aconsejan ser muy ligeros, los griegos antiguos la consideraban la comida más importante y copiosa del día. Se acompañaba de postres, la llamada “tragimata”, que podía ser fruta fresca o seca, principalmente higos, nueces y uvas o dulces con miel.
Poca carne, más frutas y hortalizas
Los antiguos mostraban una preferencia especial por el cerdo y la ternera, mientras que con menos frecuencia comían cabras y corderos. También les encantaba la caza, especialmente las codornices y los ciervos. Pero también amaban los caracoles, que los cretenses comían desde la época de Minos.
Es posible que las frutas y verduras hayan tenido un papel protagonista en su mesa diaria, pero no había tanta variedad como en la actualidad. Puede que no haya habido frutas como naranjas, mandarinas, melocotones y plátanos, pero las peras, granadas, manzanas, higos, bayas, cerezas y ciruelas tenían una gran demanda.
En cuanto a las hortalizas, los atenienses las cultivaban en sus jardines y tenían un especial amor por los bulbos, la lechuga, los pepinos, los guisantes, las alcachofas, la vlita, el apio, el eneldo y la menta. Otros, como los hongos, En los ríos y campos se buscaba hinojo, espárrago e incluso ortigas tiernas. También tenían un gran amor por el pan, ya que solían hacer varios tipos, desde laganas, panes de sémola y pan de harina gruesa, hasta pan de mijo.
La comida de los griegos y el secreto de su dieta
Los estantes de la cocina de una antigua casa griega, siempre tenían que abastecerse de diversas especias y condimentos, como orégano, albahaca, menta, tomillo, cardamomo, cilantro, alcaparras y sésamo, que solían agregar para hacer más deliciosos sus platos. La mayoría de los platos eran muy ligeros, ya que se horneaban en el horno y en un asador, mientras que lo mismo ocurría con los dulces, ya que, al no haber azúcar ni cacao, se elaboraban con harina, frutos secos o frescos y miel. Cada comida, por supuesto, iba acompañada de vino, mientras que a la mesa nunca le faltaba el aceite de oliva, que consideraban un regalo de la diosa Atenea en su ciudad.
En cualquier caso, los antiguos parecían estar a dieta, aunque comían una gran variedad de alimentos, lo hacían en cantidades muy pequeñas, ya que creían que el propósito de la comida era satisfacer el paladar y no llenar el estómago. Los más duros de los griegos eran los espartanos que incluso en su dieta seguían la lacónica austeridad con su dieta diaria para incluir una taza de “caldo negro” y un trozo de pan, mientras que en ocasiones especiales y celebraciones hervían cerdo, algo de vino y empanada.